La escisión del yo: la perversión y la neurosis frente a la castración

En su último texto, Freud habla de los tiempos de la constitución subjetiva según el modo en que el sujeto se enfrenta al trauma psíquico en la neurosis y en la perversión.

Hoy les propongo un recorrido por el último trabajo de Freud, “La escisión del yo en el proceso defensivo”, escrito en la Navidad de 1937.

Lacan dice que luego de escribir este breve ensayo, la pluma de Freud “cayó”, lo que nos sugiere que se trata de un texto importante y concluyente para la clínica.

Este trabajo, junto con “El fetichismo” y “La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis” (que ya hemos trabajado), forma parte de los textos en que Freud plantea las soluciones que hacen al complejo de castración para las tres estructuras clínicas: cuál es la respuesta del sujeto al enfrentarse con el trauma psíquico.

“La escisión del yo” habla de los tiempos de la constitución subjetiva en el modo en que se enfrenta el trauma psíquico en la neurosis y la perversión.

El yo del niño se encuentra al servicio de una poderosa exigencia pulsional, una excitación que busca ser satisfecha, mediante la masturbación. Cuando recibe la prohibición de continuar con esa satisfacción, de pronto se siente aterrorizado: existe una amenaza sobre la integridad de su pene, y eso es algo difícil de soportar.

Se establece, por lo tanto, un conflicto entre la exigencia de la pulsión que busca satisfacción y la renuncia exigida.

El sujeto debe decidirse: o reconoce el peligro real, se inclina ante él y renuncia a la satisfacción, o desmiente la realidad objetiva e ignora la amenaza.

Entonces o bien reconoce el peligro y asume la angustia ante él como un síntoma por el cual sufre y luego busca defenderse de él; o bien rechaza la realidad objetiva que coloca la prohibición y no se deja prohibir.

Cualquiera de las opciones es una solución de la dificultad a expensas de una desgarradura del yo que nunca se va a reparar.

La experiencia clínica lleva a Freud a recolocar un punto que merece nuestra atención. Nos dice que la amenaza de castración, casi siempre atribuida al padre, como prohibición a la satisfacción no impresiona mucho por sí sola; el niño no cree que sea posible. Si ha visto los genitales femeninos, pudo convencerse de la posibilidad de la amenaza, lo cual fue apaciguado mediante las teorías infantiles: lo que les falta a las niñas luego les va a crecer, y aquí no ha pasado nada.

La amenaza, ahora, despierta el recuerdo de la percepción que se tuvo por inofensiva y encuentra en él la corroboración.

Entonces el niño comprende por qué la niña no tenía pene (le falta porque se lo cortaron) y entonces son sus propios genitales los que corren peligro.

En adelante, no podrá sino creer en el peligro de la castración.

La consecuencia normal del temor a la castración es que el niño ceda a la amenaza con una obediencia total o parcial, no llevándose más la mano a los genitales. Renuncia así, en todo o en parte, a satisfacer la pulsión.

Sin embargo hay otro camino para algunos sujetos: crearse un fetiche, un sustituto del pene que no se soporta que esté de menos en la mujer.

Con el sujeto habrá desmentido la realidad objetiva, y al mismo tiempo habrá salvado su propio pene.

El varón, nos dice Freud, “no ha alucinado un pene allí donde no se veía ninguno, sino que sólo ha emprendido un desplazamiento de valor, ha transferido el significado del pene a otra parte del cuerpo […]. Ese desplazamiento solo afectó el cuerpo de la mujer [madre]; respecto de su propio pene nada se modificó”.

Este tratamiento “mañoso” de la realidad objetiva decide sobre el comportamiento práctico del varón: sigue con la masturbación, “como si eso no trajera peligro a su pene, pero al mismo tiempo desarrolla, en plena contradicción con su aparente valentía o despreocupación, un síntoma que prueba que ha reconocido […] aquel peligro”. Se produce un síntoma de poca monta, que no arma conflicto pero marca un vaivén entre la desmentida y el reconocimiento.

No podemos dejar de mencionar el aporte de Lacan con relación al concepto de castración –que se trata en realidad de la castración materna– de que el trauma es la castración del Otro y cómo cada sujeto se enfrenta a eso.

En “La escisión del yo…” Freud nos trae la solución frente a la castración con el mecanismo de desmentida para la estructura perversa y este punto clínico entre desmentida y reconocimiento que escuchamos en esta subjetividad. Marca la relación del sujeto con la falta, clave para el analista en la dirección de la cura.

El ensayo completo de Freud puede leerse en La escisión del yo en el proceso defensivo.

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