53. El cuerpo y la identificación

La primera identificación —o sea, la entrada del lenguaje— funda un cuerpo que no tiene que ver con lo biológico, un cuerpo significante.

Transcripción

Para el psicoanálisis, el cuerpo no es algo dado, es cuerpo a construir, en los distintos tiempos instituyentes del sujeto, tiempos lógicos que sufren sus avatares. 

Freud nos habla del cuerpo como cuerpo pulsional, del cuerpo erógeno, del autoerotismo y del narcisismo. Enuncia que desde el inicio de la vida anímica no existe una unidad comparable al Yo. Al principio, todo es Ello. Siendo iniciales las pulsiones autoeróticas, luego algo tiene que agregarse al autoerotismo, “una nueva acción psíquica, para que se constituya el narcisismo”. 

Lacan, en un primer tiempo de su obra, para hablar del cuerpo nos plantea, con su estadio del espejo, la noción de cuerpo fragmentado y del júbilo del niño al captar su imagen como unificada desde el exterior. El niño anticipa en el plano mental la unidad de su propio cuerpo todavía inacabado, funda el cuerpo narcisista en la unificación que le presta el Otro en posición de espejo plano. Una primera captación de la imagen, el primer momento de las identificaciones, imagen ideal, imagen del cuerpo que es valorizada a raíz de todo el desamparo original. 

Este primer cuerpo es el resultado de la eficacia del amor del Otro. Ese amor del Otro funda ese primer cuerpo, dejando fuera de juego al soma para el psiquismo. Esto es solidario con la primera identificación  producida por amor al padre, identificación al Padre primordial, al Padre muerto. 

Esta primera aparición del cuerpo no es especular todavía, pero ya es pulsional y constituye el narcisismo primario.

El estadio del espejo se ordena sobre una experiencia de identificación fundamental en cuyo transcurso el niño realiza la conquista de la imagen del cuerpo propio. 

Allí coloca Lacan el efecto estructural de la identificación primaria, que va a hacer posible las identificaciones secundarias. 

Esta identificación primaria nos lleva a Tótem y Tabú, al asesinato del Padre, al Padre muerto, a la entrada de Nombre del Padre. 

La identificación primera supone una anterioridad con respecto a las otras, y es condición de posibilidad, porque en ella está en juego el inicio de un primer movimiento en la constitución del cuerpo, es el primer impacto de la palabra sobre el cuerpo. 

La identificación no es pensable fuera, entonces, de la articulación significante.

¿Cómo ubicamos la articulación significante en la Identificación primaria y qué del cuerpo se pone en juego?

Freud define la identificación en el capítulo VII de “Psicología de las masas y análisis del yo”, como la exteriorización más temprana de un enlace afectivo a otra persona y desempeña un papel fundamental en la prehistoria del complejo de Edipo.

Nos dice que la identificación desde un principio es ambivalente y se conecta con la fase oral durante la cual el sujeto incorpora al objeto, comiéndoselo.

Se trata de la identificación primaria, presubjetiva, que nos remite al mito freudiano de Tótem y Tabú

Se trata de la incorporación de un padre mítico, la incorporación de un “fragmento de su fuerza”. El primer movimiento identificatorio se funda en el amor al padre, el caníbal se come a quien ama.

La identificación primaria marca la necesariedad de una primera incorporación de la palabra que permitirá que se den las identificaciones sucesivas y va a posibilitar que el sujeto pueda designarse como el que habla.

En esta incorporación, el cuerpo a ser devorado es el cuerpo del padre asesinado (la comida canibalística), que en tanto padre muerto será padre asesinado, ley.

Lo que se incorpora por vía oral no es materia. Se trata, como les dije antes —Freud lo nombra así— de “un fragmento de su fuerza”.

Como efecto del acto de devoración se poseen cualidades, atributos de aquello que se devora.

El lenguaje está allí antes de que el niño llegue al mundo, el sujeto se constituye como excluido del campo significante donde se determina. 

Esta identificación primera implica la pérdida de un real del cuerpo a partir de la entrada del Nombre del Padre.

La enseñanza de Lacan va avanzando y nos dice que en el encuentro con el lenguaje lo vital del cuerpo sufre una pérdida. Esa pérdida puede ser o no inscripta como castración. Esta supone una regulación del goce, un ordenamiento por lo simbólico. Por lo tanto, lo simbólico introduce una pérdida, pero también un orden y una orientación del deseo. 

En la psicosis, por efecto del rechazo de ese significante fundamental, el Nombre del Padre, esta operación no se produce. 

El cuerpo queda demasiado real, demasiado vivo. Es un cuerpo que se vive como extraño, un cuerpo cortado, desmembrado, por ejemplo.  

Si bien la constitución del sujeto depende de la castración operada por el padre real, la barra de la castración recae sobre el niño y sobre la madre con distintos efectos. 

Es una operación fundamental, ya que sobre el niño abre la posibilidad de que se engendre un sujeto con la entrada del mismo en la neurosis, o si por efecto de la forclusión del Nombre del Padre no se produce esta operación, su efecto es la estructura de la psicosis. 

Cuando opera la castración del lado de la madre, separa la madre del niño y la reenvía a su deseo. Pero cuando la mujer no tiene el deseo de tener un hijo como sustituto simbólico, el hijo no ocupa el lugar de objeto a que causa su deseo, no llega a ser el falo de la madre, como ocurre en las psicosis. Se producen entonces graves fallas en la constitución del cuerpo, es una falla radical en relación con el Otro primordial, vuelve al sujeto permeable a la intrusión del semejante.

En la tesis de Lacan, conocida como el caso Aimée, vemos la intrusión del semejante, la hermana toma su lugar en la casa porque ella no se puede hacer cargo, pero no se opone, no dice nada, ningún afecto. Lacan indica que Aimée está dominada por esta hermana que logra suplantarla. Representa la imagen misma del ser que ella es incapaz de realizar. |

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