59. La noción de falta de objeto
El hallazgo o encuentro con el objeto es siempre reencuentro. Se trata de restaurar la dicha perdida. La lectura que Lacan hace del texto freudiano “Tres ensayos de teoría sexual” en el marco del Seminario IV, La relación de objeto, echa luz sobre estos puntos y nos aporta, con sus tres registros, otro modo de pensar la clínica.
Transcripción
Hoy ubicaremos la noción de objeto desde la lectura que hace Lacan de los textos freudianos, donde nos trae los ejes de un desvío muy fundamental en las lecturas. Se trata de un ideal de relación de objeto armónica y completa que el texto freudiano contradice.
La noción de objeto se presenta de entrada en una búsqueda de objeto perdido. El objeto es siempre a reencontrar, por eso se trata de la búsqueda del objeto. Así lo puntualiza Lacan, siguiendo la letra freudiana.
En los “Tres ensayos de teoría sexual”, Freud nos plantea un concepto fundamental como el de sexualidad infantil y nos dice que dicha sexualidad contiene los rasgos de la pulsión sexual y el camino de su desarrollo.
Le da todo su valor a la latencia como fenómeno psíquico que se pone en juego entre los cinco, seis o siete años hasta cuando comienza la pubertad.
La latencia divide en dos partes la sexualidad en el hombre, por obra de la represión. Es un tiempo donde se forma lo que después serán inhibiciones de la pulsión sexual, los diques del asco, la vergüenza, la estética y la moral.
Estas construcciones no provienen de la educación, sino que tienen que ver con las etapas de construcción psíquica. Son los mecanismos de la sublimación y las formaciones reactivas de la pulsión.
Algunas veces la latencia no es silenciosa e irrumpe un monto de excitación sexual que no pudo sublimarse y produce síntomas.
La latencia, entonces, divide la sexualidad humana en dos tiempos, la etapa oral, anal y fálica por un lado, y por el otro la pubertad.
La elección de objeto también se da en dos tiempos, la primera entre los dos y cinco años, y la segunda con la pubertad.
Etapa oral
El chupeteo es modelo de las exteriorizaciones sexuales infantiles. La pulsión se satisface en el cuerpo propio (autoerotismo). Parte del chupeteo, pero avanza diciendo que otro sector de la piel o de las mucosas puede convertirse en zona erógena.
El concepto de zona erógena es importante. Cualquier sector del cuerpo o de los órganos internos puede tener la propiedad de la erogeneidad. Este desplazamiento lo vemos claramente, nos dice Freud, en la histeria.
Los labios del niño se tornaron zona erógena y la leche le dio placer. O sea que, al comenzar, la satisfacción erógena quedó unida a la necesidad de alimentación.
La meta sexual de la pulsión infantil es producir satisfacción por estimulación de la zona erógena. La necesidad de repetir la satisfacción se da, por un lado, por un sentimiento de tensión, de displacer, y por otro lado, por una sensación de estímulo proyectada a la zona erógena. El modelo de satisfacción es mamar.
Etapa anal
Al igual que la zona de los labios, la erogenización de la zona anal se apoya en funciones corporales. Este sector del cuerpo tiene un alto valor erógeno.
En la infancia, los trastornos intestinales procuran excitaciones en esta zona, ya sea por constipación o por múltiples evacuaciones. El juego entre expulsión y retención provoca sensaciones que son un fuerte estímulo.
También podemos considerar, nos dice Freud, que el hecho de que un lactante se rehúse a vaciar el intestino en el lugar donde se lo indica el adulto sea un signo de futuro nerviosismo (niños díscolos).
El contenido de los intestinos es tratado por el niño como una parte de su propio cuerpo. Representa el primer regalo que hace al adulto y expresa con él su obediencia o su desafío.
El “regalo”, más tarde, el niño lo significará como “hijo” según las teorías sexuales infantiles: un niño nace porque algo se ingiere y es dado a luz por el intestino.
La retención de las heces es una de las raíces del estreñimiento en los neuróticos.
Etapa fálica
En los varones y en las niñas, la etapa fálica se relaciona con la micción (glande y clítoris). Por las secreciones, por los lavados y cuidados higiénicos, son zonas de mucha excitación y de sensaciones placenteras.
Este tiempo también se caracteriza en el niño pequeño por el onanismo, que establece la primacía de esta zona erógena para la actividad sexual posterior.
Tenemos que distinguir tres fases en la masturbación infantil: la primera corresponde al tiempo de lactancia, la segunda se desarrolla hacia el cuarto año, y la tercera en la pubertad.
Si el onanismo de lactancia desaparece, puede volver a presentarse la pulsión sexual en esta zona cerca de los cuatro años, hasta que una nueva sofocación la detenga, o bien puede seguir sin interrupción.
Si continúa ininterrumpidamente hasta la pubertad, es problemática, ya que indica una excitación que no pudo ser sofocada o reprimida.
La segunda activación sexual infantil deja huellas inconscientes profundas que determinan su carácter y la sintomatología de la neurosis.
La vida sexual infantil, nos aclara Freud, muestra componentes pulsionales que, a pesar del lugar privilegiado de las zonas erógenas, son la pulsión del placer de ver y de exhibir, y el de la crueldad. Aparecen con independencia de las zonas erógenas, y más tarde entran en relación con la vida sexual.
El niño pequeño tiene curiosidad de ver los genitales de otras personas, quiere exhibir su cuerpo y andar desnudo por la casa. Luego, la vergüenza pone un dique y los niños se convierten en mirones.
La crueldad es característica del carácter infantil. La posibilidad de detenerse frente al dolor del otro se desarrolla más tarde. Freud lo conecta con la pulsión de apoderamiento: niños que ejercen una particular crueldad hacia los animales y los compañeros de juego.
Entre los tres y los cinco años se inicia una actividad que permanece unida a la pulsión de saber o investigar. La pulsión de saber de los niños recae con intensidad sobre los problemas sexuales y se despierta por ellos.
La pregunta fundamental sobre el origen de los niños y la suposición de que todos los seres humanos poseen un genital como el suyo pulsan e impulsan estos enigmas. Así es como el niño construye las teorías sexuales infantiles.
La investigación sexual de la primera infancia es solitaria. Es un primer paso hacia la orientación autónoma en el mundo y establece un apartamiento del niño de las personas de su entorno en los que fundaba su confianza.
Luego de la latencia, es decir, el tiempo de la represión, viene una oleada pulsional que abre otro tiempo.
Este nuevo tiempo nos trae una nueva meta sexual que se alcanza con la cooperación de todas las pulsiones parciales y las zonas erógenas que se subordinan al “primado de la zona genital”. La pulsión sexual se pone al servicio de la función reproductora.
Para que todo este pasaje se produzca con éxito, nos dice Freud, es preciso que se cuente con las disposiciones originarias y todas las particularidades de las pulsiones. Esto quiere decir que el pasaje no se da per se ni en todos los sujetos igual.
A las perturbaciones de este pasaje las que llama “inhibiciones del desarrollo”.
Es característico de esta etapa el crecimiento de los genitales externos y el desarrollo de los genitales internos.
Este aparato debe ponerse en marcha por estímulos externos (por excitación de las zonas erógenas), desde el interior del organismo y desde la vida anímica. Estos tres factores generan un estado de “excitación sexual”. Este estado provoca un sentimiento de tensión y alteraciones en los genitales (erección del miembro masculino y humectación de la vagina en la mujer) que es preparatorio para el acto sexual.
Dijimos, entonces, que durante esta metamorfosis las zonas erógenas se insertan en un nuevo orden, y tienen un papel importante en la introducción de la excitación sexual.
La excitación se conecta por una parte con el placer, y por otra con el aumento de la tensión que termina siendo displacentero. La excitación sexual reclama más placer, es pulsionante.
Freud aquí nos plantea un problema: “¿De qué modo el placer sentido despierta la necesidad de un placer mayor?”.
Las zonas erógenas cumplen un papel muy importante. Mediante su estimulación brindan un cierto monto de placer, y es desde aquí que se inicia un incremento de la tensión para llevar finalmente al acto sexual. El placer último, el de la descarga (el orgasmo), es un placer de satisfacción, y con él se elimina la tensión de la libido.
Este placer final es nuevo y depende de condiciones que sólo se instalan con la pubertad. El placer de las zonas erógenas pertenece a placer preliminar y deriva de la vida sexual infantil.
La activación autoerótica de las zonas erógenas es igual en ambos sexos en la niñez, y la diferencia de los sexos en este punto se establece en la pubertad.
El texto nos aporta una tesis en relación a las manifestaciones autoeróticas y masturbatorias: “La sexualidad de la niña pequeña tiene un carácter enteramente masculino”. Hace una distinción entre masculino y femenino, y se refiere a la pulsión activa o pasiva (que, nuevamente, debemos pensar como posiciones).
Junto con el cambio de lo autoerótico a la nueva meta sexual se da el hallazgo de objeto.
Nos dice Freud que el hallazgo de objeto está preparado desde la más temprana infancia.
El hecho de mamar el pecho materno se vuelve modelo para todo vínculo de amor. El hallazgo o encuentro de objeto es un reencuentro. Siempre se trata de restaurar la dicha perdida.
La elección de objeto es guiada por indicios infantiles, renovados en la pubertad, cuyos modelos de amor han sido los padres. Por la barrera del incesto esa elección se orienta hacia otras personas.
Lacan toma este texto en el Seminario IV: La relación de objeto, donde coloca sus aportes a este texto, la noción de falta de objeto y los tres registros (Real, Simbólico e Imaginario) en relación a las categorías de la falta. Así, nos puntualiza los desvíos de los psicoanalistas que siguieron a Freud. Los invito a sumarse al Espacio de Lectura y recorrer este seminario, donde van a encontrar conceptos fundamentales para la escucha analítica.