La transferencia

Tanto para Freud como para Lacan al comienzo del análisis, está la transferencia, un fenómeno en el que están incluidos el sujeto y el psicoanalista.

Se trata del deseo del paciente en su encuentro con el deseo del analista.

Si Freud descubrió el inconsciente, la transferencia ocupó el lugar de su evidencia. La transferencia fue, para Freud, un modo de decir del inconsciente en las vías de la creencia en el Otro, en el encuentro encarnado con el Otro, ese lugar en que el analista se presta para ser su representante.

Por eso decimos que el lugar del analista es ser representante del Gran Otro, de ese lugar simbólico, del inconsciente.

Freud descubre que lo que se pone en acto en la transferencia es la relación del sujeto con las figuras parentales, especialmente la ambivalencia pulsional que se jugó en esa relación.

Al comienzo, la transferencia se establece como amor de transferencia.

Nos dice Freud, en “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, que el analista debe tener cuidado de desviar la transferencia amorosa, de ahuyentarla, y debe con firmeza abstenerse de corresponderle. “Uno retiene la transferencia de amor, pero la trata como algo no real, como una situación que se atraviesa en la cura, que debe ser reorientada hacia sus orígenes inconscientes.”

Se trata de traer a la luz las condiciones del amor, los fundamentos infantiles de su condición de amor con esos otros primordiales.

Aquí, Freud tiene en cuenta las estructuras clínicas al decirnos que frente a la abstinencia del analista hay distintas consecuencias que tener en consideración. Por ejemplo, en mujeres cuyo apasionamiento elemental no tolera la falta de correspondencia y pasan a una hostilidad propia de la mujer desairada.

El amor de transferencia no conlleva nada de la situación presente, sino que se compone de repeticiones y reacciones infantiles.

El amor de transferencia se presenta también en relación a la resistencia, pero la resistencia no crea el amor, se sirve de él; este le sirve de apoyo.

Por lo tanto, el amor de transferencia posee ciertos rasgos distintivos:

  1. Es provocado por la situación analítica
  2. Es empujado por la resistencia que gobierna a esta situación.
  3. No guarda relación objetiva con la situación.

El analista sabe que trabaja con fuerzas explosivas, con lo pulsional.

Ya en el inicio de sus investigaciones, Freud había advertido las diferentes formas de ese lazo amoroso discursivo, situándolo en su doble vía: por un lado daba la posibilidad de leer el inconsciente, pero por otro se volvía un obstáculo como resistencia.

Así la nombró sucesivamente, primero como sugestión, luego repetición, resistencia y, por último, motor del tratamiento analítico.

De esta manera podemos ubicar la cara positiva de soporte significante y la cara pulsional de la transferencia.

Fue la puesta en práctica de la regla fundamental del análisis, la asociación libre, lo que le permitió introducir e interrogar la posición necesaria del analista en esta lógica.

Lacan ubicó la transferencia como una consecuencia de la regla fundamental, con la creación del Sujeto Supuesto Saber.

El paciente, al comienzo del análisis, adjudica una suposición de saber al analista, un saber sobre el inconsciente, sobre el deseo, una ficción necesaria para la instalación de la transferencia.

Lacan introduce la contracara del concepto de transferencia: el deseo del analista, determinante, junto con el objeto a, para pensarla.

Allí ubica el Sujeto Supuesto Saber como pivote de la transferencia, formación desprendida del psicoanalizante, pero enlazándolo a la pulsión, a la sexualidad, y no ya al plano imaginario del amor, de la empatía o de las pasiones, como en el caso de los postfreudianos que operaron desde el concepto de contratransferencia.

Abordando los conceptos de deseo del analista y Sujeto Supuesto Saber, iremos ubicando la dimensión del fenómeno de la transferencia como motor de la cura.

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