La transmisión en la familia

Para el psicoanálisis no hay entendimiento a través de la comunicación entre los seres hablantes. No hay objeto predeterminado y adecuado para la pulsión, ni proporción sexual entre el hombre y la mujer. No hay armonía. Las parejas viven en el malentendido, pero ¿cuáles son las consecuencias de no transmitirlo a las generaciones nuevas?

El malentendido es estructural a la comunicación. Hay una inadecuación del lenguaje, por eso el hablar lleva al equívoco.

Desde que el sujeto dispone del significante, hay que entenderse y por eso no hay quien se entienda.

El inconsciente domina al ser hablante e irrumpe para hacerse oír. ¿De qué manera? Otro habla en el sujeto y lo hace tropezar, equivocarse en los lapsus y actos fallidos, así como también en olvidos y sueños.

El malentendido es la marca de que no hay soldadura entre lo que se dice y lo que se quiere decir. El malentendido es esencialmente necesario, ya que introduce el encuentro con la diferencias en el otro y en uno mismo.

No se trata de entenderse, sino de soportar el malentendido estructural, la diferencia, la no completud, el no-todo.

Sin embargo, los humanos soñamos con la plenitud de goce, pero la no complementariedad entre los sexos implica que no hay relación adecuada entre el goce sexual esperado y el obtenido.

En la relación entre un hombre y una mujer hay algo que fracasa, alguna falla, algo que dice «eso no va». La relación amorosa suple este desencuentro estructural de los sexos.

La transmisión en la familia

El texto «Dos notas sobre el niño» de octubre de 1969, compuesto por notas de Lacan, habla de la familia como la transmisión de un resto irreductible que tomará dos formas que no se excluyen entre sí: la transmisión de un deseo que no sea anónimo y la transmisión del malentendido.

La madre es el lugar ocupado por un deseo que deja sus marcas en el niño, en el interés particularizado de sus cuidados y el padre es el lugar simbólico designado por un nombre que singulariza a un sujeto.

Lacan plantea respecto de la familia, la transmisión de un resto irreductible. Esto implica que esa transmisión deja marcas, que ubicaremos en lo que Lacan llamó los significantes del deseo y las marcas del goce.

La familia como lugar simbólico, es donde se intenta instituir la regulación de los goces para un sujeto.

El sujeto ha sido hablado por ese lenguaje que lo preexiste y lo determina, transmitido en los decires de sus padres y antecesores, transformándose en lo que un significante puede representar para otro significante.

La familia se construye sobre la base de una historia de malentendidos y tomará distintas formas según la época.

Freud, en «El malestar en la cultura», ese ensayo escrito en 1930 pero tan actual, ya nos hablaba del antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura. Allí también soslaya la cuestión de la destructividad.

Lacan reformula la destructividad, o sea la pulsión de muerte en Freud, y la nombra Goce.

¿Quedan unidos habla, cultura y malestar?

En los tiempos que corren, tiempos signados por la caída del lugar del Padre, la violencia familiar tiene un lugar alarmante.

Freud nos dice en el mismo texto que una de las tres fuentes de pesar es la insuficiencia de normas que regulan los vínculos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad.

Es frecuente encontrarse con la ausencia de lazos y con la dificultad en la regulación del goce.

¿Cuál es la consecuencia de esto?

Cuando faltan los lazos y no hay malentendido ni mediación simbólica, se ejerce la violencia, o sea la irrupción de lo Real. Los vínculos sociales toman la forma de la violencia, el atropello y una tendencia a la aniquilación de la subjetividad.

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