El olvido de los sueños

En un capítulo de la Traumdeutung, Freud desarrolla el olvido de los sueños cuando son relatados al analista. Como veremos, este olvido, lejos de perjudicar la interpretación, es en sí mismo una herramienta para las asociaciones del soñante.

El sujeto es sujeto del olvido. El hecho mismo de la represión crea una red de recuerdos. El sujeto es, por lo tanto, excéntrico a su propia conciencia.

El olvido no es algo negativo: lo olvidado configura una estructura. Olvidamos para recordar.

En La interpretación de los sueños, Freud toma el sueño como un texto sagrado, un texto que se interpreta según leyes muy particulares.

El olvido del sueño aparece al hablarnos del proceso onírico. Freud se interroga sobre la validez de lo que se recuerda del sueño.

¿Qué es el sueño? ¿Es la reconstrucción que de él hace el sujeto? ¿Qué garantía tenemos de que no se mezcle en ella una verbalización posterior? Cuanto más incierto es el texto que nos brinda el sujeto (“No estoy segura de si esto o aquello estaba contenido en el sueño, pero se me ocurre lo siguiente…”), más significativo es.

Freud le da importancia a la duda que formula el sujeto frente a los fragmentos del sueño. El olvido del texto del sueño importa poco, porque aunque quedara un solo elemento, incluso si fuera dudoso, podemos seguir adjudicándole un sentido.

La degradación del sueño no es obra del azar; no se olvida de un modo cualquiera. La censura, nos dice Freud, es ya una interpretación, cuyo interés es mayor al intervenir en el sueño el fenómeno del olvido. Entonces se le reconoce una función de mensaje para el analista.

No interesa la totalidad de lo que hay en el sueño, sino únicamente el elemento semántico, la transmisión de un sentido, una palabra articulada, eso que Freud llama “pensamientos”, Gedanken del sueño. Una de las dimensiones del deseo del sueño es hacer pasar ciertas palabras, un mensaje.

Un pensamiento no es lo que la conciencia puede evocar, sino lo que es negado a la conciencia. Es un deseo que circula en el lenguaje apareciendo y desapareciendo. El olvido del sueño, entonces, no es obstáculo, sino que forma parte del texto, y la duda es parte del mensaje.

Una paciente de Freud cuyo nombre no nos ha llegado, escéptica respecto de su teoría y a la vez muy interesada en él, le cuenta un largo sueño en el curso del cual varias personas elogian el libro El chiste y su relación con el inconsciente.

Menciona la palabra “canal”, quizá en referencia a otro libro en que apareciera un canal, o algo relacionado con “canal”… Ella no lo sabe, duda, el recuerdo del sueño le es bastante oscuro.

Freud la hace asociar a partir de la palabra “canal”, y a la soñante no se le ocurre nada. Al día siguiente, cuenta que se le ocurrió algo que quizá corresponda, un chiste que ha oído contar.

En un barco que navega entre Dover y Calais, conversa un conocido escritor con un inglés, quien en cierto contexto cita este dicho: “De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso, el paso de Calais”.

Freud nos dice entonces que la paciente encuentra a Francia sublime y a Inglaterra ridícula.

Sobre este dicho, Freud interpreta: “Todas sus historias son sublimes, pero un tanto ridículas”. Esta es la posición de la paciente en la transferencia.

Ven que solo un pequeño fragmento da lugar a este otro recuerdo. El fragmento, en el análisis, o sea en relación al Otro, se enlaza por medio de la transferencia, por el mismo hecho de lenguaje.

Dice Freud: “cuando pido a un paciente que deponga toda reflexión y me cuente todo lo que le pasa por la cabeza, me atengo a la premisa de la compulsión a asociar y me considero con fundamento para inferir que eso que él me cuenta, en apariencia inofensivo y arbitrario, tiene relación con su estado patológico”.

Leyéndolo con Lacan, podemos pensar que en el olvido de los sueños Freud no hace más que referirse a los juegos del significante.

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