El valor de los recuerdos de infancia para la clínica
Para el psicoanálisis los recuerdos no deben leerse sólo como recuerdos, sino como formaciones de compromiso que sustituyen lo reprimido.
La técnica psicoanalítica no puede ser captada ni aplicada correctamente si desconocemos los conceptos que la fundan. En “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, texto de Lacan presentado en Roma en 1953, nos dice:
“El inconsciente es ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo más a menudo ya está escrita en otra parte. A saber:
- en los monumentos: y esto es mi cuerpo, es decir el núcleo histérico de la neurosis donde el síntoma histérico muestra su estructura de lenguaje […].
- en los documentos de archivo también: y son los recuerdos de mi infancia […].
- en la evolución semántica: y esto responde al stock y a las acepciones del vocabulario que me es particular, como al estilo de mi vida y a mi carácter.
- en la tradición también, y aun en las leyendas que bajo una forma heroica vehiculan mi historia.
- en los rastros, finalmente, que conservan las distorsiones, necesitadas para la conexión del capítulo adulterado con los capítulos que lo enmarcan, y cuyo sentido se restablecerá en el análisis”.
Lacan nos da en este párrafo los elementos para construir inconsciente, no hay que buscarlo en las tinieblas, ni en el fondo de vaya a saber qué; el inconsciente pulsa por salir, emerge para la construcción de la verdad de cada historia y se construye en un análisis.
Es justamente esta asunción por el sujeto de su historia, en cuanto está constituida por la palabra dirigida al otro, a lo que Freud da el nombre de psicoanálisis.
Voy a tomar lo que Lacan llama en este texto documentos de archivo, los recuerdos infantiles o encubridores.
“Recuerdos encubridores” es un ensayo de Freud de 1899 unido a la elaboración de los sueños y a la histeria. Allí nos dice que los recuerdos infantiles se sitúan entre los 2 y los 4 años.
Normalmente se esperaría que el contenido más frecuente de los recuerdos fueran miedos, vergüenza, dolor, acontecimientos importantes que hayan impactado al niño. Pero no, tienen contenidos indiferentes que no pudieron provocar efecto en el niño.
En el tratamiento psicoanalítico se construyen los fragmentos del suceso infantil omitido, nos dice Freud.
En la constitución de los recuerdos de este orden hay dos fuerzas: una quiere recordar el suceso y otra se resiste.
Estas fuerzas opuestas no se destruyen, ni una vence a la otra: se produce un efecto de transacción, una formación de compromiso.
El conflicto se resuelve constituyéndose en lugar de la imagen mnémica, producto del desplazamiento asociativo. Este desplazamiento sigue las reglas del lenguaje, presentará un sentido incomprensible y sin importancia.
Este proceso inconsciente que pasa por conflicto, represión y sustitución como transacción es la clave también para la formación de síntomas.
Los síntomas, sueños, recuerdos, lapsus y chistes son formaciones del inconsciente.
El recuerdo encubridor no debe su valor al propio contenido, sino a la relación con otro contenido reprimido.
Los recuerdos infantiles nos muestran los primeros años de nuestra existencia, no como fueron, sino como nos parecen al evocarlos.
Estos recuerdos no han emergido en esta época, sino que han sido formados en ella. En la formación y en la selección de recuerdos interviene toda una serie de motivos ajenos a la fidelidad histórica.
La memoria no reproduce lo correcto, sino un sustituto de lo que está bajo la represión.
Freud nos trae un ejemplo:
Un hombre de veinticuatro años conserva una imagen de cuando tenía cinco. Está sentado sobre una sillita junto a su tía, que le enseña el abecedario.
La distinción entre m y n le trae dificultades y le pide a la tía que lo ayude. Ella le dice que la m tiene una pieza más, una diferencia con la n.
Luego, en el curso del análisis este recuerdo tomó otro significado: el saber de la diferencia entre las letras está en sustitución del saber de la diferencia entre un varón y una niña. El varón también tenía una pieza más que la niña.
El trabajo con las formaciones permite tramitar en el análisis las fantasías o fantasmas del tiempo del Edipo que han sido reprimidos. Con este trabajo se abre, entonces, la vía para la construcción de la sexualidad infantil.
Si no construimos este tiempo con los analizantes, estaremos haciendo algún tipo de terapia, trabajando con lo imaginario, pero no un psicoanálisis.