De la queja al síntoma

Al comienzo de la cura, el paciente llega para contarnos algo que le trae sufrimiento y malestar. Viene con una queja. Freud, sin embargo, nos dice que es el síntoma lo que tiene un valor inconsciente. ¿Es lo mismo la queja que el síntoma? Y si no lo es, ¿cómo pasamos de la queja al síntoma?

La queja es el relato con que el futuro analizante llega a la primera entrevista. Es el relato de su sufrimiento.

El sentido del síntoma, por otra parte, es inconsciente y está en relación con la sexualidad infantil reprimida. El síntoma es una formación de compromiso: algo queda interrumpido en el cumplimiento del deseo y se forma un compromiso, una satisfacción sustitutiva.

Esta satisfacción tiene un carácter problemático. Es, como veremos más adelante, una satisfacción al revés.

Lacan llama síntoma a lo que es analizable y se presenta bajo una forma paradójica o contradictoria, ya que es enigmática.

El síntoma es analizable debido al trabajo con el lenguaje, con el significante que abre los relatos, y permite una construcción.

Ya en el texto “Estudios sobre la histeria” de Freud, de 1893-1895, encontramos todo el valor del descubrimiento de la noción de deseo inconsciente, cómo empezaba a leerlo en los síntomas de sus pacientes, cómo hacía esta construcción.

Para seguir este punto, vamos al caso de Elisabeth Von R. Freud está al comienzo de su descubrimiento y ya entonces nos brinda el modo de operar con sus pacientes.

Hoy podemos leer esta forma de trabajo como pasos en las entrevistas para la construcción del síntoma, donde el dolor se presenta de entrada como algo cerrado, enigmático.

El síntoma habla en la sesión, eso habla, y Freud lo escucha.

Elisabeth presenta dolores en las piernas por los que no puede caminar desde hace dos años, por eso consulta. Los dolores se van haciendo más o menos tolerables, pero reaparecen durante la sesión misma, formando parte del discurso del sujeto.

Freud los compara con el tono y la modulación de las palabras, con lo candente, con lo que se va revelando en lo que ella confiesa, lo que va soltando en las entrevistas.

Está apartada de lo social, aunque muestra cierta conformidad con ello. A Freud, debido a la edad de la muchacha, esto le parece extraño. Dice que se trata de “la bella indiferencia” típica de la histeria, y la invita a hablar.

Es el trabajo freudiano el que va indagando, va haciendo una construcción detallada de las dolencias de la paciente, del momento en que se intensifican. Freud nos dice: “aprendí a servirme del dolor como brújula”.

El dolor aparece cada vez que la paciente evoca el momento en que estaba sometida al dolor y a la demanda de su padre ya fallecido.

Al mismo tiempo, tenía como pensamiento, mientras cuidaba del padre, un deseo que la unía a un compañero de la infancia con quien pensaba casarse, aunque a la vez lo rechaza, al proponerse nunca más salir con ningún hombre.

Luego aparece otro elemento en los relatos, una relación demasiado afectuosa y solícita que se establece con los maridos de sus hermanas.

Freud logra situar un nexo entre la dolencia del cuerpo y una historia de padecimientos.

Durante un año y medio Elisabeth no se apartó de la cama de su padre y dormía en la misma habitación que él. En ese tiempo empiezan sus dolores. Dos años después del fallecimiento del padre comenzó a no poder andar. Aquí Freud nos presenta un hecho de la experiencia clínica.

En muchos casos, la aparición de síntomas histéricos está vinculada con la experiencia de entregarse “devotamente” al cuidado del enfermo y desempeñar el papel de enfermera donde hay una relación familiar. Es un hecho de entera sumisión y entrega abnegada del sujeto con respecto a la demanda.

Por otra parte, la hermana de Elisabeth estaba enferma del corazón, situación agravada por un embarazo, y tiempo después fallecería. Luego del fallecimiento, el deseo de Elisabeth por su cuñado intensifica sus dolores bajo un pensamiento: “él ahora está libre para mí”.

Lacan ubica que hay una satisfacción al revés, es decir, hay un modo sufriente, doloroso, de satisfacer la pulsión. Se trata de una satisfacción pulsional que responde a un deseo incestuoso inconsciente.

Por el síntoma, entonces, sabemos que hay deseo.

La palabra hace reconocer un deseo.

Lacan nos dice que el deseo es inseparable de la máscara, el síntoma, mediante el cual se expresa indirectamente.

Elisabeth queda dividida entre la enferma abnegada y la joven que desea.

Después de un tiempo de trabajo con Freud, relata estar cansada de cuidar a los enfermos de la familia. Confiesa que necesita el amor de un hombre. Trae entonces un nivel de fracaso.

¿Qué hizo con su deseo? Lo rechazó cuando dijo que nunca más saldría con un hombre, y esto empezó a traerle malestar.

Ubicar en las sesiones un orden de malestar y fracaso arma el pasaje, una implicación subjetiva, algo que compromete al sujeto y abre un camino en la cura que permite avanzar.

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