18. Fort-da: placer-displacer en el juego infantil – El goce (II)

Continuando con la pregunta «¿por qué se repite lo displacentero?», en esta emisión abordamos el primer juego del niño, autocreado y repetitivo, y su lugar en la constitución del sujeto. 

Sentando las bases para abordar el concepto de goce, continuamos con el recorrido que fue haciendo Freud en “Más allá del principio del placer” que iniciamos en la emisión pasada.

Como dirección de lectura partimos de este punto:

Si el aparato psíquico tiende al placer, ¿Por qué se repite lo displacentero?

Hoy avanzaremos con el juego infantil, como un modo de procesamiento del psiquismo del niño.

A partir de observar a su nieto, Freud va a describir lo que llama el primer juego autocreado, repetitivo, que se da cerca del año y medio de vida.

El juego es el siguiente: a partir de que la mamá lo deja al cuidado de otros, el niño arroja lejos de sí todos los objetos que están a su alcance. Lo hace con satisfacción y con un prolongado “oh…” (fort: ‘se fué’).

Freud dice que el niño no hace otra cosa que jugar a que sus objetos se van.

Luego de un tiempo el niño comenzó a arrojar un carretel con un cordel exclamando “oh…”. Después, tirando del cordel, saludaba su aparición con un “Da” (‘acá está’). Así queda constituido el juego completo de desaparecer y volver a aparecer.

En ausencia de la madre, el niño no se centra en su partida ni en vigilar su regreso. Se trata de otra cosa.

Una observación, que Freud refiere al pie de la página 15 (Amorrortu) de “Más allá del principio de placer”, nos abre otra perspectiva fundamental.

Un día en que la madre había estado ausente muchas horas, fue saludada a su regreso por el bebé con esta exclamación: “¡Bebé oh…!”.

Durante su prolongada soledad, el niño había encontrado un medio para hacerse desaparecer a sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestuario y luego sustrajo el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo “se fue”. O sea que el niño mismo había desaparecido, en un arrojarse fuera, con la producción del mismo representante: “fort”, presente en “¡Bebé oh…!”.

Encontramos aquí un elemento claramente simbólico que determina el juego del niño: la ausencia de la madre, que abre una hiancia, un espacio vacío, donde el niño construye su juego.

La falta que introduce la partida de la madre es ese algo impresionante donde el propio niño se arroja fuera, quitándole su cuerpo al espejo de manera tal que la imagen “se va”.

Vale como ese carretel que arroja y que, al mismo tiempo, sostiene por el cordel. Es como una parte del niño que se suelta, pero sin dejar de pertenecerle, porque continúa reteniéndolo.

La frase “¡Bebé oh…!” sanciona que el niño algo perdió, emerge como testimonio del arrojarse fuera, del desaparecer y vale como fort. Se trata de un único fonema que está a la espera del otro fonema: da.

Podríamos decir entonces que el niño, luego de ese momento inaugural, se constituye como sujeto dividido: el fort ahora lo representa. Se trata de la primera marca o inscripción del sujeto, para la cual fue necesaria una pérdida.

La pérdida del objeto, que pone en juego el intento —fallido— de recobrarlo, opera como causa de la repetición y se sostiene en los fonemas en los cuales dicha repetición insiste.

El juego se acompaña de esa oposición fonemática: una de las primeras en ser pronunciadas, y el carretel al que se refiere dicha oposición, sin nombrarlo, designa al niño.

El juego simboliza la repetición de la partida de la madre como causa de la división del sujeto, que se acompaña y se supera por la intervención del significante en la alternancia fort-da.

La dimensión significante es la que aparece sosteniendo la posibilidad del juego, y es el significante aquello que el niño invoca.

En el sueño traumático y en el fort-da, el elemento que funciona como soporte es algo que opera como exigencia de trabajo al aparato psíquico, y que encuentra dos formas de respuesta diferentes; una muestra un intento de ligadura, y en la otra la ligadura fracasa.

El fort-da, como vimos, liga la excitación de las pulsiones a través de la sustitución y la articulación significante. La repetición como ligazón amortigua algo del displacer que opera en el fort-da mismo, por eso se diferencia de la compulsión de repetición en los sueños de las neurosis traumáticas, donde el displacer y la exigencia pulsional irrumpen, no pudiendo ser ligados.

Freud nos ubica en el juego infantil como un juego entre lo placentero y lo displacentero y que permite ligar.

Las tendencias que serían más originarias son más primitivas en el aparato. En esta dirección iremos avanzando próximamente para anudarlas al concepto de goce.

Los invito a escuchar y espero sus comentarios o preguntas.

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